Cortaron el silencio con suspiros, jadeos,
susurros de la ropa al caer por el suelo.
Se dijeron palabras que nunca se habían dicho,
palabras enemigas del tiempo y del olvido.
Y fueron cuidadosos, y atentos, y sensibles
el uno con el otro, y se sintieron libres
en su mutua cadena perpetua de caricias,
tan libres como nunca lo fueron en su vida.
Y de repente, el mundo se eclipsó para ellos
durante un breve instante que les pareció eterno.
LUIS ALBERTO DE CUENCA, El reino blanco, Visor, Madrid, 2010, página 160.
mi hogar en cualquier sitio
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*a Sendoa Bilbao*
«El día más insospechado
me desperté con la entereza
de no hablar más de mi pasado
y perdí peso en la cabeza».
Antonio Vega
Aprendí hac...
Hace 1 mes