miércoles, 21 de octubre de 2009

Semáforo en rojo

- Si hoy te preguntaran sobre cómo surgió todo. ¿Qué dirías? ¿Qué recuerdas?

- Recuerdo que el semáforo estaba en ámbar pero decidí pararme, en lugar de pisar el acelerador. Era un día luminoso de principios de junio y estaba feliz porque no tenía prisa por llegar a casa. Por fin habían llegado los tres meses de jornada intensiva. De repente, me di cuenta de que el chico del coche que estaba parado detrás de mi me estaba haciendo señas pero yo no le entendía muy bien. Entonces, se colocó a mi lado, aunque él realmente iba a continuar todo recto y me dijo que llevaba las luces de cruce encendidas. (Aquel coche de mi hermana era para mi todo un enigma). No sabía apagarlas así que, pacientemente bajó de su coche, lo bordeó... mientras yo abría la puerta para que pudiera enseñarme cómo (él llevaba un modelo similar de la misma marca). Cuando pasó su brazo a la altura de mi pecho para girar la palanca que desactivaba las luces, percibí su olor. Debía acabar de salir de la ducha, olía a gel de frutos rojos.
Me miró a los ojos y me sonrió. Su sonrisa contenía toda la tranquilidad del mundo que contenían sus ojos. Le di las gracias ruborizada, en parte por no saber cómo apagar las luces, en parte porque estaba segura de que él había percibido mi alteración. Volvió a su coche. El semáforo se puso verde y continué. Después de quinientos metros, volví a pararme en un cruce para dejar pasar a un par de señoras mayores. Mi pensamiento se había quedado detenido en aquel semáforo en rojo y en aquella mirada. Alcé la vista y sonreí al ver que él estaba al otro lado del cruce. Descifré su sonrisa en la distancia que nos separaba. Él, intermitente izquierdo. Yo, derecho. Giramos y, pocos metros después, paramos. Se bajó del coche y vino hacia mi. Nos presentamos, nos reímos de la situación y entramos en la cafetería más próxima. Le pregunté "¿Adónde ibas?" y me respondió "No importa nada a dónde iba, importa que nos hemos cruzado hoy, aquí". Ante su forma de mirarme y hablarme, sólo podía responderle con sonrisas. Me sentía como una niña pequeña a la que un hada ha concedido un deseo de repente, hoy, aquí.

- Pues... te dura la sonrisa.

- Claro, sonrisas infinitas. Son-ri-sas in-fi-ni-tas.