Hace frío. Un cielo vestido de invierno amenaza con cubrir Madrid de nieve por primera vez. Llegó la hora de las bufandas, los guantes, los calcetines por la rodilla y las narices (y orejas) coloradas. Cierro los ojos y me sueño en medio de una plazasujetando una taza de
Glühwein con las manos enfundadas en unas gruesas manoplas peruanas. Huele a canela por toda la ciudad y el sabor a galleta de jengibre apenas deja disfrutar del resto de dulces. No me gusta la Navidad, pero me encanta viajar, así que estoy deseando que llegue este viernes y aterricemos un pelín más al Norte, aunque nos resten diez grados y nos rodeen de nieve.