Cuando le conocí, le llamaban "el hombre del saco". Lo que nadie sabía es que su saco estaba lleno de nubes, sonrisas, poemas y sueños.
Nuestros primeros encuentros a la sombra de un
giraluna estuvieron llenos de poesía, rojo cereza y olor a vainilla.
Cuando nos separábamos, él sacaba nubes de su saco y me las enviaba llenas de recuerdos, besos, mimos, guiños, cucamonas... y yo sonreía descontando días, horas, minutos... kilómetros.
Cuando volvíamos a encontrarnos, volvían los almendros, las almendras, el rojo cereza, la vainilla, el sonido del mar interrumpido por las carcajadas de las
triturinas, los besos abrazados.
Entre palabras inventadas, poemas conocidos y poemas de escritura reciente fuimos surcando mares, océanos, cielos, galaxias... nombrando estrellas, contando lunas, llenándonos manos y pecho de alegría.
Ahora nos dedicamos a sacar sueños de su saco y de debajo de mi cama, quitarlos el polvo, acicalarlos, perfumarlos, abrazarlos, gritarlos por el balcón azul ... realizarlos. Cada día.
Y el saco no se vacía... Nubes, poemas, sueños y sonrisas se renuevan cada día.