lunes, 20 de diciembre de 2010

Cuando los veían mirarse con los ojos brillantísimos, besarse con las bocas humedísimas, sonreír como niños... exactamente en ese momento, comenzaban a darle a la manivela como locos, haciendo que los minutos caminaran a marchas forzadas... qué digo forzadas... forzadísimas... haciendo que la noche llegara sin apenas darse cuenta y con ella un nuevo amanecer sin colores, con telón de fondo grismelancolía y sabor a la boca propia. Al día siguiente, repetían siempre la misma frase: "¿Quién aceleró nuestras horas del sábado? Esto parece una broma pesada".