viernes, 4 de marzo de 2011

Poesía y tardes de invierno

Le observo desde la fila cinco. Entre hombros y cabezas, está sentado con amigos, de cara a muchos amigos y, también, a un puñado de desconocidos que desearíamos serlo (pero nos conformamos con sus regalos en forma de versos).

Ella (su compañera, amante, amiga, musa admirada y musa inspiradora, su camarada, su camino) está en la primera fila. La observo. Su melena negra y sus hombros rectos, hace falta un cuerpo grande para contener todo lo que ella es. Hace falta, incluso, un apellido grande. Sobre su hombro reclinada una de sus hijas, mimosa. Deja ver ese lado de ella que la hace más, todavía más, mujer.

Él es tímido. Ella, no.

Él, con sus vaqueros y su camisa negra, se levanta y declama para ella el poema que es de ella, para ella, por ella...

Y, en ese instante, todos queremos ser ella y él. Todas queremos tener esa piel de la que él habla y recibir la caricia de esos versos perfectos. Ella se ruboriza y agita la melena. Él declama más nervioso y tímido que en el anterior poema. Y, en ese instante, lo que yo percibo no es a un poeta declamando unos versos, si no a un hombre enamorado cortejando, una vez más, a su mujer.

Poesía.

Yo la conocía a ella, pero no a él. Ahora pienso que son "juntos".

(Y todo, gracias a ti).

1 comentario:

Ana Laura dijo...

Realmente hermoso, todos desearíamos ser 'ella'.