Cortaron el silencio con suspiros, jadeos,
susurros de la ropa al caer por el suelo.
Se dijeron palabras que nunca se habían dicho,
palabras enemigas del tiempo y del olvido.
Y fueron cuidadosos, y atentos, y sensibles
el uno con el otro, y se sintieron libres
en su mutua cadena perpetua de caricias,
tan libres como nunca lo fueron en su vida.
Y de repente, el mundo se eclipsó para ellos
durante un breve instante que les pareció eterno.
LUIS ALBERTO DE CUENCA, El reino blanco, Visor, Madrid, 2010, página 160.
¿el infierno son los otros?
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El gato era pequeño. De tan pequeño, podríamos asegurar que sólo tenía
cabeza. Ni tronco ni extremidades, sólo cabeza. Estaba hambriento, era
evidente, s...
Hace 3 semanas
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