viernes, 27 de junio de 2008

Mi isla

Hoy vuelvo a Lanzarote después de cuatro años sin ir por allí.
Vuelvo a oler la lava roja y negra, a sentir la energía de los
silenciosos volcanes aletargados, vuelvo a disfrutar de la arena
blanca, fina como la sal, vuelvo a regar mi paladar con ron miel...

¿Por qué me atrapan así las islas? Llegué a Lanzarote en el año
2002 y en aquel momento desconocía que años después serían
Mallorca, Ibiza, Panarea, Formentera, Creta... las siguientes islas
en la lista de paraísos eternamente deseados como lugares de
destino vital.

Lanzarote tiene una energía especial. Las Canarias nada tienen
que ver con las islas Baleares, ni su gente, ni su ambiente, ni sus
colores... A Lanzarote le atribuyo el rojo y el negro de la lava
volcánica, como a Ibiza y el resto de islas mediterráneas les atribuyo
el azul celeste y el blanco radiante. Lanzarote tiene su ritmo
particular, tiene su geografía extraña. La mitad norte es verde,
porque han pasado ya muchos siglos desde las últimas erupciones
que llegaron hasta esa zona de la isla, mientras el sur es rojo y
negro. El Oeste de la isla es ventoso y las playas están desérticas
de turistas y llenas de hippies surferos y amantes del nudismo en
solitario. En el Oeste de la isla está Famara... ese lugar al que navega
mi mente cuando necesito desconectar. En el Este de la isla están
los pueblecitos donde acude la mayor parte del turismo, algunos de
ellos son bellos... En la parte sureste de la isla está Femés, desde donde
escuché por primera vez la historia de Mararía, historia que deseo
contar algún día.

Lanzarote tiene un hueco en mi vida y allí comenzaron mil historias,
algunas acabaron, otras continúan...

Lanzarote sabe a ron miel
y huele a Atlántico frío...

"Hoy me muero por volver...".

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