sábado, 21 de febrero de 2009

El payaso Tomás

Tomás, era un tipo muy normal. Sacó la carrera sin esfuerzos, sacó las oposiciones sin esfuerzos también, le dieron una plaza en el ayuntamiento y comenzó a trabajar como funcionario cuando apenas rondaba la treintena. En su trabajo no tenía que comerse demasiado la cabeza... cada día llegaba a las 8 en punto debidamente trajeado y, cada día, salía a las 3. Sin más. Pasaron los años y Tomás no echaba de menos nada, excepto haber tenido niños. Quizás por eso un día decidió ser arriesgado y tener una "doble vida".

Recuerda perfectamente la primera vez que vivió aquella aventurilla. Al salir de trabajar, lo tenía todo calculado. Se montó en su línea habitual de metro pero, en lugar de llegar hasta su parada, cambió de línea y cogió una al azar. En el vagón, se quitó la chaqueta gris, la corbata y la camisa azul funcionario. Bajo la camisa, llevaba preparada una camiseta interior de cuello caja, blanca. Sacó de la bolsa una enorme chaqueta rojo chillón, tipo pingüino pero con hombreras disparatamente grandes y unos botones enormes de un color que se daba de puñetazos con el rojo... se la puso... después se puso una inmensa pajarita de cuadros que no pegaba tampoco ni con cola... sobre los pantalones del traje se colocó unos pantalones inmensos que tuvo que sujetar con unos tirantes graciosísimos... se quitó sus calcetines ejecutivos negros y se puso sus medias de mil rayas... después, se quitó sus mocasines y se puso unos zapatos enormes, que parecían ser cinco números más grandes del suyo habitual, con puntera redondeada y cordones también de colores chillones... al salir del vagón, se ajustó la peluca... y, al salir del metro, en el espejo que hay en las puertas acristaladas, se retocó el maquillaje, dió forma a una inmensa sonrisa y se puso su nariz roja.

Era la hora... pronto los niños comenzarían a salir del colegio. Esperó impaciente en el paso de cebra y se estrenó como payaso de calle. Cuando los coches que habían recogido niños paraban, Tomás lanzaba pelotas al aire que se estrompaban contra las lunas delanteras y laterales y torpemente él las recogía y se estrompaba también contra los cristales... provocando las risas de niños y niñas... las carcajadas de las niñas siempre eran como nubes de gominola, rosa fresa... las carcajadas de los niños siempre eran como melones rellenos de pica pica... verde melón... las carcajadas de unos y otras le llenaban el corazón de mil colores y hacían que su vida gris, de 8 a 3, tuviera sentido. Cuando ya no quedaban niños en las calles, Tomás recogía las pelotas, se quitaba la nariz y volvía a la boca de metro que rápidamente le engullía y le escupía de nuevo en su vida gris.

Así fue feliz durante años...

Los compañeros de la oficina comenzaron a comentar que se había vuelto majara perdido. Algunos aseguraban haberle visto haciendo muecas frente al espejo del baño... Otros decían que hablaba solo delante del ordenador y soltaba tremendas carcajadas... Los cotilleos se convirtieron en verdad absoluta y pocos días antes de su 50 cumpleaños, su jefe le dijo que estaba despedido. Le cesaban de su cargo porque no tenía suficiente estabilidad emocional. Tomás, lejos de llorar o de sentir rabia, recogió sus cosas, que no eran muchas, sacó la nariz roja de su chaqueta, se la puso y, al cruzar la puerta, hizo un corte de mangas mientras, sonriendo como un niño de cuatro años, decía: "Ahí os quedáis".

En apenas dos días, Tomás había reorganizado su vida. Se compró un billete que le llevó a tierras lejanas y metió cuatro cosas en la mochila porque lo necesario no se lleva nunca en la mochila, si no en el corazón.

Cuentan... que existe un payaso trotamundos viajando por el mundo y que hay muchas ciudades cuyos pasos de cebra no son blancos y negros si no de mil colores... de los colores que Tomás pinta con su sonrisa.


Dedicado al payaso que todos llevamos dentro
y al ilusionista que crea muchas de mis sonrisas
y comparte mis cuentos...

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