jueves, 26 de febrero de 2009

Recuperar la cordura

Hacía tiempo que había recuperado su cordura y, ahora, se asía a ella cual garrapata a la oreja de un perro callejero. Dejó de frecuentar fiestas, bares, grupos de gente animada; dejó de beber vino tinto y de fumar marihuana antes de dormir; dejó de escribir; dejó de contar estrellas antes de dormir; dejó de gastarse cantidades desmesuradas en caprichos que no llenaban los huecos vacíos por la ausencia plomiza de quien se fue y se lo llevó todo; dejó de soñar; dejó de llorar de emoción y se puso una venda gruesa en los ojos, dique de emociones; dejó de frecuentar los cuerpos que le traían oleadas de placer y dejó de buscar la luna. Había recuperado totalmente su cordura y eso se repetía con orgullo cada mañana: "Te tengo presa, ahora no te escaparás. He limpiado mi vida con aguarrás y ahora no quedan restos de locura, piso la tierra, estoy en equilibrio".

El tren no pasó a la hora exacta... tendría que esperar una hora más a que pasara el siguiente. Aquello trastocó sus planes de aquella tarde / noche. Desde un banco de la estación, su pensamiento comenzó a agitar el ritmo de su corazón... mientras unos ojos inmensos clavaban la mirada en sus manos nerviosas y una voz rompía el silencio de aquel atardecer. "¿Tienes hora?". Por supuesto que tenía hora, desempolvó el reloj el mismo día que decidió limpiar con aguarrás los restos de locura de su vida. "Son casi las 8". Pensó que ya quedaban apenas 12 minutos para que llegara el siguiente tren, su billete a la tranquilidad de su casa. "Está haciendo bueno últimamente, ¿verdad?". La voz se empeñaba en romper el silencio y no le apetecía nada tener que responder pero ... "Sí, está haciendo muy bueno, una tregua del invierno". No era la voz si no lo que vibraba por detrás de ella, no eran los ojos si no el mar que alojaban y que le hacía recordar, recordar, sumergirse, no poder poner freno... Intentaba parar aquellos pensamientos, intentaba omitir aquella parte de su vida en la que la locura estaba presente en cada uno de sus movimientos pero no podía... "¿Quieres un café? El tren tiene retraso, lo pone en la pantalla". Pensó que no podía ser, comenzó a temblar de los pies a la cabeza, no había nadie más en el andén y aquella situación era ridícula ya... Aceptó. Veinte minutos delante de aquel mar desconocido, de aquella playa de contornos bien definidos, de aquella selva caracolada que invitaba a perderse y no volver... Sólo veinte minutos...

Al subir al tren se sonrieron y buscaron asientos totalmente apartados, espalda contra espalda...

Veinte minutos de invitación a volver a la locura profunda, a abrir puertas y ventanas, a ventilar, a dejar que tiemblen las piernas si tienen que temblar, a dejar que sea lo que tenga que ser...

Y no pudo aceptar.

Llegó a su casa una hora y doce minutos más tarde. Recuperó su rutina repitiendo aceleradamente cada uno de los pasos que la componían y, al acostarse, ató sus pies al piecero de la cama... Tenía miedo de soñar con el mar y no ser capaz de contener sus deseos de volar.

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