viernes, 7 de agosto de 2009

Tercer sentido: El olfato

En las noches de luna llena jugaban como verdaderos mamíferos lunares a buscarse por el olor.
Se duchaban y se tapaban los ojos. Se situaban cada uno en un extremo de la casa (o al lado) y comenzaban a buscarse olisqueando.
Le tocaba encontrarla. El olor de ella en esas noches era fuerte, la excitacón del juego pronto se mostraba humedeciendo su sexo, emitiendo un olor entre ácido y dulce que él rápidamente reconocía... Se le hacía la boca agua al saber que se aproximaban y, a pesar de la premura y las ganas de devorarla, se detenía oliendo cada rincón... en la habitación olía las sábanas, las bragas recién quitadas, el picardías, olía la almohada, hundía la nariz entre los pañuelos que siempre la adornaban... la buscaba con calma... mientras ella esperaba ser encontrada y no podía evitar el nerviosismo, al notarlo cerca se estremecía y sus hormonas olían más y más... Cuando ya eran dos cuerpos uno frente a otro, dos narices con ganas de devorar, sólo entonces... se apoyaba contra la pared y le dejaba olisquearle despacio desde el tobillo hasta el clítoris, desde el dedo índice hasta la axila... de norte a sur...
En noches de luna redonda, completa, inmensa... sus olfatos de mamíferos se agudizaban y el epicentro del deseo era la nariz.

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